Ucranianos, afganos y mexicanos han encontrado un nuevo hogar en Nebraska, un estado conservador en el centro de Estados Unidos. Mientras los debates presidenciales se calientan, las empresas locales, enfrentadas a una escasez de trabajadores, reciben a los migrantes con los brazos abiertos y piden una reforma al sistema de inmigración.

En las afueras de Lincoln, capital del estado, la planta del fabricante de vehículos Kawasaki muestra un cartel de «estamos contratando». Ramiro Ávalos, un mexicano que lleva dos años trabajando allí, inspecciona los vagones de metro que pronto operarán en Nueva York. Ávalos recuerda que consiguió el empleo mientras vivía en Los Ángeles, tras una entrevista que resultó en una oferta de trabajo.

Un tercio de los empleados de la planta son extranjeros. El director de Kawasaki Lincoln, Mike Boyle, destaca la importancia de esta mano de obra: «Sin estos trabajadores, tendríamos que rechazar pedidos o trasladar nuestra producción a otro país». Boyle espera que el próximo presidente facilite los procesos legales de inmigración para atraer más personas al país.

Bryan Slone, presidente de la Cámara de Comercio de Nebraska, urge al Congreso a actualizar el sistema de inmigración, describiéndolo como «obsoleto». Slone advierte que la falta de acción podría desacelerar la economía y propone otorgar más permisos de trabajo y reducir los tiempos de espera, enfatizando que la migración es vital para el desarrollo y prosperidad de las comunidades de Nebraska.

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