La situación del hambre en el Perú se mantiene igual de crítica que en el 2022, según el último reporte del Índice Global del Hambre (IGH) publicado este miércoles y analizado por RPP Data. Este informe, que recoge cifras del 2023, nos da un puntaje de 19.6 en la escala de hambre; lo que nos ubica en la categoría de hambre «moderada». A partir de los 20 puntos en adelante se considera una situación «grave» y estamos a solo cuatro décimas de alcanzar esa cifra.
Este puntaje es idéntico al que obtuvimos hace dos años y representa la puntuación más negativa del Perú en la última década. Para definir los resultados, el estudio analizó cuatro indicadores en nuestro país. Estos fueron: la subalimentación (es decir, falta de nutrientes, carbohidratos o vitaminas), retraso en el crecimiento infantil (desnutrición crónica), la desnutrición aguda y la mortalidad infantil.
¿Qué nos ha llevado a esta situación? El reporte, elaborado por la Red Alliance 2015 -un grupo de siete organizaciones no gubernamentales europeas- indica que la recesión económica del 2023, además de la inestabilidad política, social y ambiental, se convirtieron en el escenario perfecto para un «deterioro económico, social y alimentario generalizado». Las consecuencias más graves las sufren las familias con menores recursos y que deben destinar la mayor parte de sus ingresos para su alimentación.
Diez regiones en situación de hambre «grave»
Casi la mitad de las regiones en nuestro país se mantuvieron estancadas en una situación de hambre «grave» durante el 2022 y el 2023. Estas fueron: Pasco, Cusco, Junín, Ucayali, Puno, Huánuco, Loreto, Ayacucho, Huancavelica y Apurímac [esta última muy cerca de entrar a la categoría ‘alarmante’], reporta el Índice Global del Hambre. «El panorama social, económico e institucional de los últimos años ha borrado los años de avance en la reducción del hambre que se lograron entre el 2010 y el 2019», detalla el informe.
Solo dos departamentos, Ica y Lambayeque, se situaron en un estado de hambre «bajo»; sin embargo, el último está muy cerca de pasar a la categoría de «moderada», es decir, empeorar.
El reporte también resalta que el impacto alimentario más crítico ha estado en la región costa y en Lima Metropolitana que, desde la pandemia, han superado los niveles de hambre de la región selva, que históricamente tenía las cifras más altas. En el caso de la sierra, si bien ha tenido una leve mejora con respecto al año pasado, la situación alimentaria aún se mantiene en la escala grave.
El área urbana aún no logra recuperar las cifras tenían antes de la pandemia, y lo que se observa es una clara tendencia hacia el empeoramiento. «En el área rural, recién en el 2023 se registró una ligera mejora de la situación alimentaria, probablemente ligada a la recuperación de la producción luego de los eventos climáticos [que se tuvieron el año pasado]», detalla el informe. No obstante, resalta que, de mantenerse las condiciones actuales de inestabilidad y crisis económica, «se tardarán mucho tiempo en regresar a un índice de hambre moderado».
Expectativa para el 2024
El estudio, realizado en conjunto por las ONG Fundación Ayuda en Acción, Cesvi Fondazione Onlus, HELVETAS Swiss Intercooperation, Acted, People in Need, Concern Worlwide y Welthungerhilfe, también realizó una simulación sobre el contexto del año 2024 y cómo influiría en la situación del hambre.
En esa línea se proyectaron tres escenarios de impacto que toman en cuenta la coyuntura actual y sus posibles efectos en materia alimentaria. «Los resultados revelan que, bajo los tres escenarios, el Índice Global del Hambre tendría una ligera mejora en el 2024, aunque no en el nivel suficiente para salir de la crisis alimentaria. Estos pronósticos alertan de una situación alimentaria que se mantiene crítica y generalizada y, por tanto, supone esfuerzos conjuntos del Estado, el sector privado, la sociedad civil y la cooperación internacional», señala.
Las recomendaciones que brinda este Índice para mejorar la situación alimentaria del país son: reforzar la rendición de cuentas del Estado sobre la seguridad alimentaria; que todas las iniciativas políticas sobre clima y sistemas alimentarios garanticen representación y liderazgo de mujeres y grupos marginados para aprovechar su experiencia en gestión de recursos naturales; y que los compromisos con la salud materna e infantil deben reforzarse mediante inversiones para estos grupos vulnerables.